Nos movemos en una montaña rusa de sensaciones. Subimos y bajamos con tal intensidad que la adrenalina siempre nos rebosa. Del ímpetu irrefrenable al agotamiento sólo hay un paso, pero en medio queda la voluntad y el deseo de parar y reconducirnos.

La elección siempre es nuestra. O elegimos susto o elegimos muerte, y el resto de opciones las dejamos en el tintero para que reposen. Gran error y gran oportunidad para cambiar de rumbo y buscar el punto exacto de equilibrio, que da de lleno en la diana y nos descubre una visión más armoniosa de las cosas.

Dejemos aparcado el deseo de ser perfectos o liarnos la manta a la cabeza y deprimirnos. El éxito o el fracaso no son parámetros fiables, depende del valor que le demos a cada uno. La perspectiva personal es lo que marca la diferencia, anima a encontrar lo que de verdad importa, lo que anhelamos y vemos que nos satisface. Hay un método indicador que no falla, la conciencia, que nos indica si nuestras elecciones son correctas o erróneas, si nos ayudan o entorpecen, si nos beneficia o nos causa desdicha. No falla. Hay una línea divisoria en todo lo que llevamos a cabo desde el momento en que lo pensamos y antes de ponerlo en práctica. Nuestra mente filtra lo bueno de lo malo, lo blanco de lo negro, solo hay que activar el interruptor para discenir qué es lo más adecuado.

Hemos sido creados para fiarnos de la intuición y las primeras sensaciones, somos física pura y por ello debemos dejarnos llevar por lo que la conciencia nos marca. Los extremos están ahí para recordarnos que la opción exacta es casi siempre el término medio, el equilibrio y la armonía.

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