José Luis Sampedro pronunció un discurso hace años, con motivo de la entrega de un premio que le concedieron por su aportación al Humanismo, en el que afirmaba que no hemos aprendido a vivir. Sampedro incidía en la idea de que la humanidad está aún por hacer, porque no existe ni ha existido jamás un pueblo que no mate, que no torture, que no provoque guerras y que no viva en una continua barbarie de soberbia y poder.

La historia se repite, a pesar del sufrimiento que provoca y el desastre emocional que aniquila hasta el espíritu más valiente.

Pero la perspectiva cambia dependiendo de la actitud con la que encaramos la situación. Con la actitud sabemos cómo nos enfrentamos al mundo, cómo queremos pasar por la vida, cómo afrontamos los años que nos ha concedido el destino. Con ella sopesamos las ventajas y los inconvenientes, manejamos nuestras decisiones hacia lo verdaderamente importante, y comprendemos que la fuente de nuestra energía radica en la forma de mirar y de interpretar todo lo que nos acontece. Yo elijo lo que me conviene, yo soy dueño de mis deseos.

La actitud es la simiente de todo pensamiento y, por consiguiente, es el eje que lidera nuestras acciones, siempre encaminadas a conseguir los mejores resultados y la búsqueda de la anhelada felicidad, la inocencia y el bienestar.

No importa cuánto mal nos hagan. No importa lo que digan los demás. No importa que el mundo esté loco. Si logramos crear un espacio a nuestro alrededor donde fluya la alegría, el sentido común y la congruencia en el vivir, ya seremos unos privilegiados. Somos los responsables directos y únicos para alcanzar nuestros sueños, a través de la actitud. Es cuestión de práctica y repetición diaria el lograr una orientación equilibrada y ecuánime de nuestro planteamiento de vida.

Para aprender a vivir hay que desprenderse de aquello que nos causa temor, daño o tristeza, y sustituirlo por todo aquello que nos aporta seguridad, empoderamiento y alegría. Nuestro cerebro tiene la capacidad de dirigir al resto del cuerpo, de hacerle creer que, aún en el peor de los infiernos, siempre hay una esperanza, siempre habrá momentos de paz y tranquilidad.

Victor Frankl demostró en su libro «El hombre en busca de sentido», que somos capaces de ser humanos aún ante la adversidad más cruel. Dominamos nuestra mente cuando somos capaces de mantener el equilibrio emocional, cuando reafirmamos ante el mundo el verdadero motivo de la humanidad, vivir con generosidad, sensibilidad y sabiduría.

El hombre ha sido creado para compartir, para ayudar, para interactuar y para establecer vínculos afectivos positivos. La humanidad no ha perdido esa esencia, sólo la enmascara con el poder, la riqueza y el orgullo. De ahí que sea tan relevante la misión de volver a los orígenes e intentar que las relaciones se regulen y se centren. Que seamos capaces de sacar lo mejor de cada uno, de adoptar una actitud auténtica ante la vida y saber transmitirla a los demás.

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