Añoraba la época de mi niñez, aquel sentimiento de paz, en el que nada me hacía sentir mejor que contemplar una mariposa revoloteando por el jardín, o un sarantontón caminando por mi dedo. El tiempo no contaba, ni siquiera era consciente de que existía, y lo agotaba a cada segundo que pasaba. Echaba de menos aquella sensación de fluir, respirar hondo, abstraerme con los detalles. Necesitaba volver a recuperar la capacidad de introspección que tanto apaciguaba mi espíritu, esa soledad buscada en la que yo misma me acompañaba, y no requería de nadie más para estar a gusto.

Por fin surgió la oportunidad, después de tantos años rodeada de ruidos, tensión, presión constante y estrés desbordado. En el fondo sabía que llegaría, pero no conocía quién me lo traería y cómo se desarrollaría. Pero una vez más, mi sabio instinto, ese que todos tenemos pero al que no solemos hacerle caso, me animó a participar en el curso de Mindfulness de Héctor. ¡..Et violá..! Y se hizo la luz.. y el cielo se abrió y comencé a fluir, a encontrar mi claridad mental, a recuperar mi capacidad de concentración y a descubrir que respiraba, y no que era algo mecánico que funcionaba solo. En realidad todo el trabajo se centra en la mente, en salirte del cuerpo y convertirte en tu propio observador. Ahí está la clave para controlar el estado de ánimo. La raíz del control corporal está liderada por el cerebro. Mi cuerpo no camina solo, soy yo quien le da las órdenes, soy yo quien decide en cada momento cómo tratarlo, cómo cuidarlo y en qué medida lo mimo.