Todas las decisiones de la vida tienen consecuencias que pueden beneficiarnos o perjudicarnos. Cada día decidimos sobre distintos aspectos, a veces triviales, a veces trascendentales, pero siempre cambia algo, por poco que sea. Cuando decides donar algún órgano se produce un pequeño terremoto en tu interior. Son sentimientos encontrados de miedo, alegría y orgullo que se desvanecen con el tiempo, a medida que vas asimilándolo y observas que al final alguien anónimo para ti va a poder vivir gracias a un acto altruista.

Un riñón, una córnea, una parte del hígado, o simplemente tu sangre, salvan vidas, la alargan y le dan calidad a pacientes o enfermos que, si no fuera por este acto, vivirían atados a una máquina o estarían condenados a morir.

Donar órganos debería ser una decisión vital, en la que todos tendríamos que participar y hacer que el mundo gire entorno a la ayuda, a la generosidad y a la entrega. Es un milagro que una parte de nuestro cuerpo, solo una pequeña parte, pueda garantizar la existencia de una persona. Y si somos conscientes de ello, una fuerza oculta nos llevaría indefectiblemente a dejar constancia de nuestro propósito, dejarlo por escrito y anunciarlo públicamente para que la iniciativa fluya y aumente.

Solo hay un día oficial del donante de órganos, pero deberían ser los 365 días del año. Hoy es perfecto. Hazte donante.

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