Este mes mis padres cumplen 50 años de casados, y por esa inexplicable energía que les motoriza desde que los conozco, lo van a celebrar. Siempre me ha parecido un misterio el impulso que tienen para hacer cosas cuando a veces ni el ánimo ni el cuerpo les siguen el ritmo. Mi padre se reincorporó a la Universidad tras su jubilación anticipada. A sus 75 años, ya llueva, truene o brille el sol, continúa levantándose cada mañana para hacer recados, limpiar la piscina o arreglar lo imposible al más puro estilo Mac Gyver.

A mi madre, después de traer seis hijos al mundo y cuidar sus correspondientes nietos, le duelen toditos los huesos del cuerpo, pero no deja de asistir a sus clases de sevillana, y salta la primera de la mesa para recoger, cuando el empacho del resto nos ha dejado pegados a las sillas. Ambos se reinician cada día como si fuera el último, como quien espera la visita del Emperador que vendrá a casa a tomar un «buchito de café».

La acción del tiempo, es ley de vida, disminuye todas nuestras capacidades, los órganos y funciones asociadas se deterioran, pero no las ilusiones ni los objetivos. Entender que se trata de una nueva etapa con sus propios retos es decisivo para rentabilizarla al máximo. Es el concepto de envejecer en positivo, que con tanto ahínco empiezan a potenciar las políticas de salud pública.

Para lograr este concepto, la calidad y hábitos de vida cuentan tanto como los factores sociales, culturales y características personales de cada persona. Pero en mis padres he visto que hay algo más, imprescindible para tener una vida plena, y es la actitud.

Gracias por compartir con nosotros sus mil aficiones autodidactas: Ella, el amor por las flores y su mano con las orquídeas, su pasión por la decoración y las relaciones humanas, la entrega en la cocina mientras escucha la radio de las mañanas, también la costura, el alma de sevillana o la fantasía del canto… Él y su veteranía por la radioafición, el periodismo, la agricultura, la astronomía y toda la tecnología, el tiro con arco, la caza y la pesca… A los dos les faltan horas al día para gestionar su interés por todas las cosas.

Gracias por tener siempre abierta la puerta de casa «para lo que se ofrezca», por estar siempre los primeros dispuestos a ayudar, por enseñarnos que antes de «desechar» hay que intentar «arreglar».

Gracias por hacernos ver la vida como un espejo que te sonríe si la miras sonriendo, que no hay que intentar comprenderla sino vivirla; que no vale la pena perder el tiempo en quejarse sino aprovechar lo que te brinda, aprendiendo de lo malo y disfrutando de lo bueno.

Gracias por demostrarnos que siempre hay motivo para una sonrisa, para compartir y para perdonar; y que no hay que tener miedo al mañana.

Gracias a toda esa experiencia ahora tenemos un efectivo Manual de VIDA PERFECTA para cumplir al menos CINCUENTA AÑOS, derrochando actitud, nuestra valiosa herencia.

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